«Me fallan las piernas, no la cabeza». Antònia Domènech es un quieto torbellino. Y está harta de oír hablar sin parar «a los políticos y a los curas» del proyecto de reforma de la ley del
aborto y la polémica supresión del supuesto de malformación. Mucho menos se escucha a aquellos a los que supuestamente la reforma pretende proteger, y por eso ella alza la voz con dolorida dignidad: «Que no nos utilicen como excusa para arrebatar la decisión a las mujeres. Si quieren proteger a los discapacitados de nacimiento, en vez de obligarles a nacer y a sufrir toda la puñetera vida, que dejen de recortar ayudas y que destinen dinero a dar calidad de vida a los que ya hemos nacido».
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